¿Alguna vez has ido al médico porque te encontrabas mal y te ha dicho que no tienes nada? ¿Cuántas veces te han dicho que lo que necesitas es no pensar tanto? Te hacen pruebas y todo está bien. Sin embargo, sentimos dolor de estómago, cabeza, espalda. Tenemos problemas digestivos, visuales, respiratorios… Pero no parecen existir para nadie excepto para nosotras. Son las enfermedades psicosomáticas, tan reales como las enfermedades físicas.
Las enfermedades psicosomáticas son la expresión de un malestar emocional en nuestro cuerpo. Si estamos tristes, nos sentimos cansadas y si tenemos miedo, nos cuesta respirar. Y ese cansancio es tan real como si hubiésemos corrido 10 km, a pesar de no habernos movido de la cama en días. Y esa dificultad respiratoria es tan verdadera que necesitamos aerosoles para no asfixiarnos, pese a que no padecemos ninguno impedimento que nos limite nuestra capacidad pulmonar.
Las Emociones
Las emociones tienen una función. Se comunican con nosotras a través de síntomas físicos. La tristeza agota nuestra energía para detenernos y analizar la situación. El miedo conserva la energía. Esa energía la necesitaremos más tarde para defendernos del peligro, tanto real como imaginario. De esa manera nos preparamos para luchar, huir o inmovilizarnos y no ser vistos.
Estos mecanismos ancestrales siguen vigentes a lo largo de los años y las generaciones. Son útiles para preservar nuestra integridad. Mientras que nuestro cerebro racional analiza las situaciones desde una perspectiva objetiva y lógica, olvida la parte emocional, imprescindibles como ser humanos para sobrevivir. Es por ese motivo que surgen las enfermedades psicosomáticas, dolencias físicas sin una lógica entendible objetivamente, pero con un enorme contenido emocional e instintivo.
- Miedo
La percepción de peligro es diferente para cada una de nosotras. Para unas fallar un examen supone exponerse a una devaluación con la consecuente pérdida de la atención de los padres. Lo que, siendo niñas, supone un peligro para nuestra supervivencia. Esta pérdida de atención se interpretó como perdida de amor y protección. Sin embargo, ahora como adultas, si no hemos sanado esa herida, cada vez que nos enfrentamos a una situación donde nos sentimos evaluadas, vuelve esa emoción de peligro y miedo.
Hay numerosas situaciones que cada una puede interpretar como más o menos peligrosas: cambiar de casa, tener hijos, ir a una fiesta… Cada circunstancia es diferente e implica expectativas distintas dependiendo de nuestras vivencias, personalidad, situación.
Ese miedo es real, aunque la causa sea aparentemente inocua, y nuestro cuerpo reacciona para protegerse frente al peligro: aumenta la liberación de cortisol y adrenalina. Sube el ritmo cardiaco y la presión arterial. Algunas personas sufren de ataques de asma, otras de insomnio y bastantes, hipertensión. Y la forma de tratar esas enfermedades es tratando el miedo, recuperando el poder, la confianza y seguridad en ti misma.
2. Tristeza
La tristeza es la emoción de la pérdida. Y perder el vínculo con nuestros padres es la mayor tristeza que afrontaremos en nuestra vida. Como humanos es muy importante conservar el vínculo con nuestros cuidadores. Nuestro periodo de aprendizaje es muy largo y necesitamos cuidados durante mucho tiempo. Si perdemos la atención de nuestra figura de apego, si se distancia o retira su mirada sufrimos una gran pena que desemboca en la emoción de la tristeza.
Esta emoción disminuye la energía corporal para que paremos y reflexiones sobre la situación. Para analizamos los hechos y buscar una solución.
La pérdida puede ser personal; padres, pareja, hijos, amigos… O material: casa, trabajo, libro… Y puede ser distancia física o emocional. Cada pérdida tiene una carga psíquica que necesita ser tenida en cuenta y, de la misma manera que el miedo, para cada una de nosotras es diferencia el origen y las consecuencias.
Esta tristeza es ocasionada principalmente por la disminución de la serotonina, la hormona de la felicidad, y la dopamina, hormona implicada en la atención y motivación. El llanto es un intento de restablecer los niveles internos de bienestar al liberar endorfinas y oxitocina. Es por este motivo que el llanto es tan importante para recuperar la estabilidad emocional.
Sin embargo, en ocasiones a pesar de la tristeza, nos ponemos una careta y nos obligamos a hacer, a fingir… y surgen las dolencias; los dolores de espalda, fibromialgia, dolor de cabeza y migrañas. Es entonces cuando necesitamos parar y descargar el peso de las obligaciones para llenarnos autoestima y felicidad. Que acojan nuestra tristeza y nos devuelvan amor y comprensión.
3. Rabia
La rabia moviliza energía para defendernos de una agresión, hacer frente a una frustración o cambiar una situación que consideramos injusta. Es un fuego interno a punto de estallar.
Igualmente, esta emoción reside en las vivencias e interpretaciones que adquirimos siendo niñas. Es la idea que nos formamos del mundo, de los otros y de nosotras. Si crecimos en un ambiente donde no se respetaban nuestras necesidades, se sobrepasaban los límites, había deberes y ningún derecho, la rabia nos ha acompañado en nuestros primeros años de vida.
Esta rabia, puede haber sido silenciada creando un depósito interno de energía al borde del estallido. Pero no puede ser retenida mucho tiempo y llega un momento que sale a borbotones. Rompe muros y no hay obstáculo que la detenga.
Las hormonas implicadas en esta emoción son la adrenalina y noradrenalina, las cuales provocan un aumento de la presión arterial y la dopamina que nos mantiene focalizados en el objeto de nuestra ira.
Cuando retenemos la ira, nos autolesionamos sin ser conscientes de ello mordiéndonos las uñas (onicofagia), apretando las mandíbulas (bruxismo) o teniendo pensamientos recurrentes que nos generan dolores de cabeza. La opción sería ir con el pensamiento a la situación que quieres morder, arañar, romper. Imaginar que el objeto de nuestra ira es devorado. Gritar, correr, saltar y siempre de una manera sana, sin dañarnos ni a nosotros, ni a nada ni nadie.
La rabia tambien genera indigestión, dolores de estómago y vómitos. Es la consecuencia de no digerir determinadas situaciones. No aceptes lo que no te gusta, lo que no quieres, lo que no es para ti. ¡Di No!
Sin embargo, liberar esa emoción de manera desregulada puede ocasionar aumento de la frecuencia cardiaca, infarto de miocardio e isquemia cerebrovascular. Liberar regularmente el exceso de energía con deporte, comunicación asertiva y autocuidado ayuda a sentir calma y paz interior.
Vínculos Familiares
La familia, nuestro clan, es el grupo al que pertenecemos, nos sentimos seguras, protegidas y definidas. Esta es la razón por la que en ocasiones aceptamos las enfermedades familiares como un don.
Hay linajes de mujeres con dolores de espalda, herencias masculinas de problemas intestinales y caracteres familiares depresivos o agresivos. Y este mismo carácter es el que finalmente desemboca en una enfermedad, también familiar. Es difícil determinar quién decide la enfermedad ¿nosotras o nuestros genes?
Asimismo, hay creencias ocultas, mandatos familiares, que hemos adoptado como verdades inamovibles. Cuando una niña escucha desde que es pequeña que “no merece” estar sana porque no hace nada útil, que “no vale” para nada nada porque todo lo hace mal o que enfermará como su madre, abuela,… Cuando sea mayor ya habrá decidido que su salud no es buena, que va a enfermar y tendrá achaques.
Liberarte todo lo oíste, viste y aprendiste siendo niña para descubrirte como un ser auténtico con necesidades propias y dones únicos, destierra enfermedades que no te pertenecen. Crea una tierra fértil para dar tus propios frutos.
La Sanación a través de la Aceptación
En psicoterapia se crea un vínculo seguro que posibilita desprendemos de falsas creencias sobre nosotras. Aprendemos a vernos con la mirada de la aceptación. El Ser Único e Irremplazable que somos se muestra en todo su esplendor.
En un espacio seguro y protegido, descubrimos de dónde vienen nuestras enfermedades y que nos quieren decir. Conectamos con nuestras emociones y adquirimos la confianza para enfrentarnos a nuestros miedos. Liberamos la rabia de una manera sana, sin dañarnos. Lloramos acompañadas para soltar la tristeza y dejar sitio a la alegría.
Aceptando nuestras alegrías y tristezas, nuestros deseos y anhelos, descubrimos la persona sana que reside en nuestro cuerpo. Nos redefinimos y recuperamos el poder innato con el que nacemos. Confiamos en nosotras para llegar a ser lo que queramos ser, ir donde queramos ir y vivir como queramos vivir.
Paloma Rodríguez Sánchez, PhD