La palabra trauma viene del griego “τραῦμα”, herida. Y aunque hay muchos tipos de trauma, todos afectan al desarrollo del cerebro y a nuestra salud emocional. Las personas heridas dañan a otras, se aíslan y entienden el mundo de manera sesgada. Su capacidad de sociabilizar se ve afectada y, esa falta de contacto humano, hace que la herida sea aún mayor.
Cuando hablamos de trauma nos imaginamos víctimas de catástrofes naturales, guerras, pobreza, hambre, abusos. Sin embargo, hay otras heridas de la infancia que también son importantes y todos, en mayor o menor medida, cargamos con un trauma que nos impide desarrollarnos plenamente como adultos. Bien porque nuestras necesidades no fueron atendidas de la manera que hubiésemos necesitado, bien porque las exigencias que tuvimos que afrontar excedían nuestra capacidad de resolución.
Una niña con una madre enferma que no puede hacerse cargo de cuidarla, otra niña que su madre fallece al dar a luz, un niño que se esperaba que fuera niña, otro que no es esperado… Todos ellos crecerán sin la seguridad de tener un sitio en el mundo, de no ser importante para alguien, de merecer. Y ese sentimiento será el mismo si la madre está demasiado ocupada para ir a ver una representación escolar, el padre no sabe mostrar cariño o ambos discuten frecuentemente.
Un día esos niños tendrán hijos a los que advertirán del peligroso mundo en el que viven. Un mundo que esos padres imaginaron siendo pequeños. Siendo demasiado pequeños para entender que era su visión, que fueron sus carencias afectivas, sus necesidades no entendidas las que le hicieron tener esas creencias. Un padre que fue un hijo no deseado le advertirá a su hijo que el mundo es un sitio hostil y una niña que cuidó de su madre, le exigirá a su hija que cuide de ella.
Y todos esos pequeños eventos, especialmente desde que estamos en el interior de nuestra madre hasta nuestros primeros 7 años de vida, van moldeado nuestro cerebro. Dejan una marca capaz de perpetuar las emociones que un día sentimos. Un tiempo en el que no éramos del todo conscientes del sufrimiento que soportábamos y de las carencias que afrontábamos.
Nuestro Cerebro: El Origen de la Herida
Cuando nacemos la amígdala, una parte del cerebro emocional, está completamente formada, es funcional. Lo que significa que las emociones que nuestra madre sintió estando nosotras en su interior, también las sentimos nosotras. Y las emociones que vivimos a partir del primer día separadas de nuestra madre, también las almacenaremos sin saber “racionalmente” a que sucesos corresponden. No encontramos palabras para describir como nos sentimos porque son sentimientos, no hechos. Son memorias de amor, tristeza, miedo y también de protección, peligro, abandono.
Esos recuerdos emocionales quedan almacenados en nuestro cuerpo, en la forma de abrazar, de sentarnos, de movernos, de reaccionar al entorno. Al igual que en la forma de relacionarnos con los otros y con nosotros mismos.
El cerebro se comunica con nuestro organismo a través de unas sustancias químicas y son ellas las que determinan como nos relacionarnos con el exterior. Estas sustancias son neurotransmisores y hormonas y tienen unos niveles alterados cuando hemos afrontado una situación traumática, difícil e inescapable. Dependiendo de la intensidad y duración del trauma, los niveles estarán más o menos descompensados.
Los niveles de Serotonina están más bajos en personas que han sufrido algún trauma y debido a ello, reaccionan más agresivamente a estímulos que podrían considerarse neutros para otras personas. Por otro lado, el Cortisol está elevado, por lo que su estado de ansiedad basal es más alto del habitual. La Adrenalina, también es más alta de lo normal, lo que les hace estar alerta la mayor parte del tiempo con el consiguiente agotamiento físico y emocional.
Igualmente, las ondas cerebrales también están alteradas. Las personas en reposo, relajadas, tienen predominantemente ondas alfa y en estado activo, alerta, ondas beta. Cuando hemos sufrido un trauma, las ondas beta aumentan y las ondas alfa disminuyen, produciendo dificultad para relajarnos.
Además, el lado derecho del cerebro, implicado en la vida emocional, está hiperactivo en las personas que han sufrido un trauma.
Sin embargo, nosotros somos los dueños de nuestro cerebro y podemos cambiarlo cambiando nuestra mente.
Nuestra Mente: La Cura
Las heridas de la infancia nos dejan cicatrices en forma de sustancias químicas y actividad cerebral. Pero nosotros somos los dueños de nuestro Ser, los responsables de cuidarnos y protegernos. Las cicatrices dejan de doler si las curamos con paciencia y cariño.
En primer lugar, una dieta rica en Triptófano ayuda a sintetizar más Serotonina, aunque a veces es necesario medicamentos. Practicar deporte y pasar tiempo en la naturaleza ayuda a reducir el Cortisol y la Adrenalina.
Los alimentos ricos en Triptófano son principalmente; frutos secos, huevos, legumbre y leche.
En la meditación el exterior se comunica con el interior y, poco a poco, recuperamos nuestra paz interior. Las ondas alfa aumentan, la respiración se calma y las pulsaciones disminuyen.
Los asanas de yoga también son una buena herramienta para entender las señales que han quedado en el cuerpo. Aprendes a interpretar que te dice tu postura, tus dolencias, tu rigidez, tu flexibilidad.
Finalmente, en terapia se crea un espacio seguro de comprensión y aceptación donde se expresan todas las emociones estancadas durante años. Se reviven emociones que no fueron atendidas, pero ahora en la compañía de tu terapeuta, son acogidas y devuelta con suavidad.
Cada niño tiene una capacidad diferente de afrontar una situación tensa o dolorosa. El trauma es personal y es la persona quien valora si en más o menos intenso. No hay espacio para el juicio porque solo la persona que lo ha vivido tiene la capacidad de saber cómo se ha sentido y que necesitó.
Cuando en un entorno seguro y acompañada revives las situaciones en las que te sentiste amenazada, liberas rabia, miedo, tristeza. Así, encuentras la salida que no encontraste siendo una niña pequeña. Ahora como adulta, eres plenamente capaz. Recuperas tu confianza y seguridad para conseguir tener una vida feliz y conseguir tus metas. Encuentras tu sitio en el mundo.
Paloma Rodríguez Sánchez, PhD