
¿Alguna vez te has preguntado por qué repites las mismas situaciones una y otra vez? ¿Por qué acabas con una pareja igual a la que acabas de dejar? o ¡no consigue tener pareja! ¿Por qué tienes los mismos jefes? ¡aunque cambies de trabajo! Para encontrar la respuesta vamos a recorrer el camino inverso que nos ha traído a este momento.
Todo empieza cuando, siendo pequeñas, aprendemos a reclamar la atención de nuestros padres, a movernos en su universo con sus normas y obligaciones. Descubrimos como es el mundo que nos rodea, quienes somos nosotras y quienes son los otros. Así, desarrollamos una teoría personal de cómo será nuestra vida, como es el mundo y como son las personas que habitan en él. Nos hacemos un mapa interno para movernos en el mundo en el que pensamos que vivimos siendo las personas que nos han dicho que somos. Imprimimos en nuestro cerebro infantil el guion de nuestra vida.
Este guion lo diseñamos nosotras poco a poco, siendo niñas indefensas en un terreno desconocido y en el que nuestros padres o cuidadores nos enseñan a movernos. Son ellos quienes nos dicen que es peligroso y que es bueno, que podemos o no hacer, y que podemos o no llegar a saber. Si nos dicen que no nos acerquemos a la gente porque nos puede hacer daño, crecemos pensando que las personas son peligrosas, o si nos regañan cuando nos enfadamos, dejamos de expresar nuestros sentimientos. El universo de los niños se reduce a sus padres y hacen lo que creen que les hará felices para conseguir su amor ya que, sin ellos, caerían en el vacío.
¿Cómo reclamamos atención?
Las caricias son las atenciones que nos dan nuestros mayores. Necesitamos ser vistas para existir y por ello reclamamos caricias que significan que saben que estamos ahí. Pero las caricias pueden ser tanto positivas como negativas.
Las caricias positivas son las que todas conocemos; nos tratan con cariño y aceptación, nos dan besos, abrazos y palabras de reconocimiento. Sin embargo, cuando este tipo de caricias no llegan, hacemos lo posible por llamar su atención, es decir, protestamos o dejamos de hacer lo que se espera de nosotras y así conseguimos caricias negativas; nos regañan, nos castigan o hacen algo que, para nosotras, significa que nos ven, que les importa lo que hacemos. Esta estrategia fue útil cuando éramos niñas, porque nuestra capacidad de comprensión era limitada. Si nuestros padres no hablaban cuando llegaban a casa, podía ser porque estaban concentrados en algún asunto o porque no sabían expresar su cariño de la manera en la que nosotras necesitamos, pero interpretábamos que no nos querían.
Siendo adultas, seguimos utilizando la misma estrategia primitiva porque es la que conocemos y es con la que obteníamos resultados. Ahora podemos aprender otras formas de ser vistas y tenidas en cuenta. Lo que nos llevó a actuar de una manera determinada fue nuestra mente de niña, con las capacidades infantiles de razonamiento. Una niña que tenga hermanas pequeñas aprenderá a protestar para que sus padres se fijen en ella. Con este método recibirá muchas regañinas, pero a cambio se asegurará de que sus padres no se olviden de ella. Después, como adulta, en el trabajo discutirá con todos, lo que hará que sus jefes le den lo que pida para mantener un ambiente de armonía. Esta estrategia la deja sola y esto le causa mucha tristeza, pero no sabe hacerlo de otra manera.
¿Por qué actuamos siempre igual?
Otra razón para explica la rigidez de nuestros comportamientos son las ordenes que recibimos de nuestros padres y resuenas todavía hoy en nuestro interior, los mandatos. Aunque no siempre eran literales, de hecho, normalmente fueron interpretación de lo que veíamos, oíamos o sentíamos; gestos, palabras o ausencias.
Una niña que crece oyendo “no moleste” porque su madre está cansada, ella interpreta “no existas” y en su vida adulta hará lo posible por pasar desapercibida, algo que le lleva a sentirse sola, pero es un sentimiento conocido que sabe manejar. También puede que le digan que sus problemas no son importantes porque es pequeña y vivirá pensando “No eres importante” y dará prioridad a los demás sin conseguir lo que ella quiere, pero también es una situación que conoce.
Otros mandatos que sentimos muy dentro y son difícil desobedecer, a pesar de que nos aporten insatisfacción son: No Crezcas, No Pertenezcas, No Confíes, No Pienses, No Sientas…
Estas órdenes resuenan en nuestra cabeza y no cumplirlas nos crea inseguridad y miedo porque, cuando tomamos la decisión de escucharlas y aceptarlas, nos sirvieron para sobrevivir.
Este es el motivo por el que, en un momento que ahora no recordamos, decidimos no expresar nuestra opinión, no tener pareja, no tener trabajo, no tener dinero…
¿Para qué sirve hacer siempre lo mismo?
Esta forma de comportarnos nos ayudó a sobrevivir en un tiempo y tenía una función:
- Evitar la angustia, ya que nos dice lo que podemos o no hacer y cómo es el mundo, que podemos esperar de él; nos da la seguridad de saber dónde estamos.
- Obtener la atención de los padres, puesto que, si hacemos lo que ellos nos dicen, seremos lo que para ellos es ser “buenas niñas” o “buenas hijas”.
- Dar unas reglas con las que moverse y sentir que “pertenezco”; Si hacemos lo que se hace en nuestra familia, sentimos que pertenecemos a un grupo y somos parte de algo más grande que nosotras.
- Decidir quiénes somos nosotras y quiénes son los otros. Sabiendo quienes son los otros y que podemos esperar de ellos, conseguimos una sensación de control, de predictibilidad.
Todas estas funciones se aúnan en una sola que es dar estructura al mundo para poder saber dónde estamos. Nos aporta una “Solución Mágica”. Una manera sencilla de saber cuál es el guion de vida que hemos ideado para nosotras es pensar en una historia, cuento y película que nos haya marcado especialmente en nuestra infancia, de esta manera, descubrimos que, sin darnos cuenta, nos hemos identificado con esa historia y creemos que será así como se desarrollará nuestra vida. También podemos buscar una heroína a la que admirábamos y descubrir que, inconscientemente, esperamos llegar a ser como ella, con sus virtudes y carencias.
¿Cómo cambiamos nuestra infancia?
Nuestros padres también fueron niños y crecieron con sus propios mandatos internos, tuvieron carencias y necesidades y sus guiones de vida que no supieron romper. Ahora eres tú quien se hace cargo de tu vida, eres adultas y puedes cuidarte, quererte y darte lo que necesitaste y supieron darte.
Tu responsabilidad ahora es volver a re-escribir el guion que, sin conocer el mundo, un día escogiste. La Niña que fuiste sigue dentro de ti, esperando a ser acariciada, abrazada y escuchada. Tú sabes lo que necesita, que le faltó y que le sobró. Con amor y comprensión, cura cada herida olvidada para que vuelva a caminar orgullosa, fuerte y confianza ¡tal y como nació!
En un espacio seguro y de aceptación, en un ambiente de cambio, adquirimos los permisos para ser quien realmente somos. La terapeuta se convierte en una madre que cuida de nuestra Niña interior, le da permiso para hacer, pensar, ser feliz y existir, además de protestar, llorar y decidir. En una nueva re-parentalización recuperas el Poder que siempre tuviste y no lo sabias. Vuelve a ver a esa Niña y, con un vínculo seguro que permita la intimidad y sinceridad, libera cargas que ya no te pertenecen
Tú eres tu Niña y tu Madre, porque sólo tú sabes lo que ella necesita para crecer sana y fuerte. Y como toda madre primeriza, al principio, alguien nos ayuda y enseña a saber que necesidades tiene nuestra Niña, a ver sus heridas e interpretar las cicatrices que hasta ahora no habíamos visto. En el proceso de terapia vas descubriendo recodos del camino donde dejaste olvidados restos de tu esencia, los vas recuperando para poder llegar a ser la persona que eres, la que quieres ser y puedes llegar a ser.
¡Recupera la confianza en ti y llega al lugar donde quieres ir!
Paloma Rodríguez Sánchez, PhD